Durante mucho tiempo, sociólogos, politólogos, historiadores discutieron acerca de si los partidos políticos en la Argentina son partidos fuertes o débiles. En un primer momento de ese debate que se dio en el ámbito académico, se sostuvo la idea que los partidos políticos en la Argentina eran débiles porque las corporaciones eran fuertes. El sistema político argentino tenía partidos débiles y corporaciones fuertes. Para fundamentar este punto de vista, se sostenía por ejemplo que el empresariado argentino, la burguesía argentina, a diferencia de las burguesías europeas, no construyeron un gran partido de la industria que los exprese políticamente. No fueron capaces de construir un gran partido conservador de carácter nacional, con capacidad para competir y ganar elecciones, sino que se había expresado tradicionalmente a través de sus propias instancias corporativas, o bien, a través de golpes militares. Se ponía también como ejemplo, para ilustrar este punto de vista, que la clase obrera, los trabajadores, tampoco habían sido capaces de construir un gran partido socialdemócrata que los exprese políticamente, sino que se habían expresado fundamentalmente a través de los sindicatos, es decir, de una mediación en definitiva también de tipo corporativa.
En un segundo momento de este debate que se dio en el ámbito académico, intelectual, de las universidades, se sostuvo que no, que los partidos políticos argentinos no eran débiles, que los partidos políticos eran fuertes, porque el radicalismo había sido capaz de construir una fuerte identidad colectiva, un partido más que centenario. Y el peronismo también, al fin de cuentas, sobrevivió a periodos importantes de proscripción política. Y el peronismo como identidad colectiva siguió persistiendo. Entonces, ¿cuál era el problema? Que los partidos eran fuertes en la medida que habían sido capaces de construir fuertes identidades colectivas pero lo que era débil, en realidad, era el sistema de partidos, porque los actores no se reconocían entre sí como legítimos competidores en la arena política. Entonces este segundo punto de vista: el problema no es: partidos débiles y corporaciones fuertes, sino partidos fuertes y sistema de partidos débil. Cuando digo que los partidos no se reconocían como legítimos competidores estoy diciendo por ejemplo que llevaban adelante prácticas de oposición destructiva cuando se encontraban fuera del gobierno.
En un tercer momento, que es quizás el que nos encontramos ahora, se está pensando que en realidad la debilidad del sistema de partidos, el sistema de partidos muestra signos importantes de debilidad, en correlación a otro fenómeno, que es el de la crisis de las identidades partidarias, de las identidades colectivas, que habían sido capaces de construir los principales partidos políticos de la Argentina. Y esto se relaciona estrechamente con el título de esta conferencia: “Identidad radical y sistema de partidos”. ¿Es posible la existencia de un sistema de partidos en la Argentina sin la identidad radical? Yo aquí voy a exponer dos hipótesis que se complementan mutuamente.
La primera es que sin identidad radical no hay sistema de partidos. La segunda, relacionada con la anterior, es que sin identidad radical no hay partido radical.
Estamos hablando de identidad. Tendríamos que ponernos de acuerdo en qué entendemos por “identidad radical”, qué significa el radicalismo como identidad colectiva, qué ha significado históricamente. Por supuesto, cada uno de ustedes podrá aportar, sumar o restar cosas a los componentes que yo voy a plantear aquí. Pero desde mi punto de vista, hubo cinco componentes centrales de la identidad colectiva del radicalismo, de la identidad radical.
En primer lugar, un primer componente, es el de un partido con un alto nivel de institucionalización. En el imaginario social, la UCR es un partido fuertemente institucionalizado, es decir, un partido que obedece a reglas y no exclusivamente a personas.
De hecho, el radicalismo fue el primer partido político moderno del país, que se dio una estructura nacional de carácter permanente, el primer partido que se dio una carta orgánica de carácter nacional, que dijo “vamos a organizarnos en base a reglas”, no como una mera facción personalista como eran las del siglo XIX.
Es decir que este primer componente de la identidad radical hunde sus raíces en los orígenes mismos del radicalismo, en su misma fundación, un partido que se organiza en base a reglas. Quiero añadir algo: este rasgo lo diferencia claramente del peronismo, que siempre tuvo un muy bajo nivel de institucionalización, y lo diferencia también de los conservadores, que fueron incapaces de construir a lo largo de todo el siglo XX un partido nacional.
Un segundo componente es la democracia interna, es la percepción de la sociedad de que el radicalismo es un partido con un piso muy alto de democracia interna. De hecho, el radicalismo fue el primer partido político de la Argentina que hizo de los congresos la máxima instancia de atribución de la soberanía interna. Fue también el primer partido que, ya desde 1931, introduce en la Carta Orgánica el voto directo para elección de autoridades internas y cargos electivos. Más aún, al radicalismo de Córdoba le cupo la satisfacción de ser el primer radicalismo del país que puso en práctica el voto directo, en 1935. Ese año los radicales de Córdoba decidieron por voto directo la candidatura a gobernador de Córdoba de Amadeo Sabattini, en una histórica interna con Garzón Agulla.
Tercer componente de la identidad radical en la percepción social de los argentinos: a lo largo del siglo XX fue percibido como partido de la honestidad administrativa, que emparentaba su ideario con la filosofía de Krause, un filósofo alemán, muy poco leído, más citado que leído, pero que Yrigoyen, que era profesor de Filosofía, lo conoció a través de sus discípulos españoles que escribían en castellano. El krausismo, que nutre a la identidad radical desde sus orígenes, predicaba un rigor ético escrupuloso, hacía un culto de lo ético, de la moral. Y eso se reflejó inclusive en el vocabulario radical. Cuando uno recuerda o evoca esa expresión célebre que dice “conducta, correligionario”, esto hunde sus raíces en el ideario de la filosofía krausista que nutrió al radicalismo desde sus orígenes. Quizás una de las expresiones, en el plano nacional, más contundentes de este tercer componente de la identidad radical fue el gobierno de Arturo Illia. Illia llegó incluso a creer que el consenso político no se construía a través de compromisos interpartidarios, sino a partir de una gestión racional, honesta, transparente, que iba a tener un efecto de mostración, que la gente iba a ir plegándose a esa administración honesta.
Un cuarto componente de la identidad radical fue ser el partido de la ciudadanía política, de las libertades públicas, de la libertad de expresión, de reunión, de asociación...
Y un quinto componente tiene que ver con los intereses que defiende el radicalismo. En la percepción social a lo largo del siglo XX, la UCR ha defendido los intereses de los sectores populares y las clases medias. Recordemos, dado que estamos en Córdoba, que diez años antes que Perón, Amadeo Sabattini dice en uno de los discursos en la Legislatura “yo soy el primer trabajador... el primer trabajador del Estado”.
Ahora bien, de estos cinco componentes de la identidad radical, podríamos señalar, al menos esta es mi opinión, que hoy hay cuatro que están en crisis, están cuestionados. Por eso hablamos de crisis de la identidad radical.
En primer lugar, el radicalismo como un partido altamente institucionalizado. Hoy el radicalismo sufre un proceso de desinstitucionalización, es decir, hay una tendencia a la toma de decisiones al margen de los organismos formales de dirección partidaria.
Segundo componente en cuestión: el de la democracia interna. A los ojos de importantes sectores de la sociedad, las internas partidarias no son lo suficientemente transparentes y el radicalismo ya no es percibido como el partido que se diferencia claramente de otros por tener un alto nivel de democracia interna.
Un tercer componente que también es cuestionado en el imaginario social, en cómo la gente tiende a ver a la UCR, tiene que ver con el partido de la honestidad. En este aspecto considero que las acusaciones de soborno en el Senado de la Nación durante la gestión del presidente De la Rúa fueron un duro golpe a este componente originario de la identidad radical.
Y un cuarto componente que considero también es discutido y cuestionado en el ámbito de lo social tiene que ver con la UCR como partido defensor de los sectores medios y los sectores populares. Al respecto, creo que nadie puede soslayar con un mínimo de seriedad el hecho de que el mismo ministro de economía que tuvo Menem, Domingo Cavallo, fue el mismo que tuvo De la Rúa, convirtiendo al gobierno de la UCR en alianza con el Frepaso en el “furgón de cola” del neoliberalismo.
Hay un componente que se salva de estos cuestionamientos: el del radicalismo como partido de la ciudadanía política. Creo que, en la sociedad, el radicalismo sigue siendo percibido como partido de las libertades públicas, de la oposición constructiva, de la oposición responsable. Pero tampoco -digo yo desde una perspectiva analítica- habría que dormirse en los laureles. Y creo que cuando ocurren hechos importantes en la vida política del país, que tienen que ver con la calidad de la democracia política o de las libertades públicas, cuando por ejemplo un testigo es secuestrado en un juicio a un torturador, el radicalismo debe tener una posición pública. Porque el radicalismo es, ha sido y, si quiere seguir conservando su identidad, tiene que seguir siendo el partido de la ciudadanía política.
La consecuencia de esta crisis de la identidad radical es grave en un doble sentido: es grave porque deja un vacío, un lugar vacante. Y ese lugar vacante que deja en la política argentina no puede ser reemplazado por los nuevos partidos políticos. Los nuevos partidos políticos son partidos con liderazgos mediáticos, personalistas, localistas, que miran exclusivamente el área más cercana de su gestión en el ámbito local, partidos con muy bajo nivel de institucionalización y, por consiguiente, de democracia interna. Los nuevos partidos que surgen en la arena política argentina no son partidos políticos en un sentido fuerte sino que son armazones electorales. Entonces, la crisis de la identidad radical -y acá volvemos a la hipótesis central de esta exposición- pone en peligro la existencia de un sistema de partidos. Yo digo: sin una fuerte identidad radical es muy difícil que exista en Argentina un sistema de partidos. Y en relación a esta hipótesis añadiría otra: sin una recomposición de la identidad radical, es muy difícil la existencia relevante de la UCR como partido, pone en juego la existencia de la UCR como institución, como organización partidaria fuerte en el plano nacional.
Y voy a decir por qué. Porque ustedes pueden decir: “Bueno, pero el peronismo también tiene un bajo nivel de institucionalización y sin embargo sigue vivo y coleando”. Pero hay una gran diferencia: porque en el peronismo el bajo nivel de institucionalización tiene un efecto distinto que en la UCR. En el peronismo, el bajo nivel de institucionalización repercute en una multiplicidad de liderazgos, en la fragmentación de los liderazgos. En el radicalismo, esa crisis de la identidad colectiva repercute en una fragmentación del partido. Porque los peronistas se dividen, pueden competir entre sí en las elecciones, pero luego siguen perteneciendo a la misma familia. Hoy ni López Murphy ni Carrió forman parte de la misma familia, o sea, tiene efectos distintos. Y es lógico: porque el peronismo siempre tuvo un bajo nivel de institucionalización, es mucho más versátil que la UCR. La UCR, justamente por tener esa tradición, la crisis de la identidad repercute fragmentando al partido.
Ahora podemos señalar a partir de lo que acabo de decir que el gran desafío es la recomposición de la identidad radical. La pregunta es ¿cómo? ¿Cómo se hace para reconstruir una identidad colectiva? O, como me decía Jorge Alievi, poco antes de la charla, para que el radicalismo vuelva a “enamorar” a los propios radicales, no sólo a los sectores sociales, también a los propios radicales.
CARCARAÑÁ, 8 Y 9 DE MARZOJR08 Documento de reflexiónDocumento reflexiónLos alimentos de la identidad se relacionan con las motivaciones de la participación política, por las cuales la gente decide participar en política o en un partido. Los sociólogos, y fundamentalmente los que trabajan en la sociología de la organización, señalan que la gente participa en un partido a partir de estímulos, de incentivos. Estos incentivos pueden ser de dos tipos: por una parte colectivos, estímulos colectivos, por ejemplo: la ideología, los valores, los proyectos, son incentivos colectivos, porque generan un sentido de pertenencia. Sin valores, sin proyectos, es muy difícil que haya un sentido de pertenencia. Los incentivos colectivos son fundamentales para que haya una identidad, construyen una identidad colectiva. Los incentivos colectivos -insisto-, valores, ideas, proyectos, construyen una identidad, ¿y por qué construyen identidad? Porque construyen un “nosotros” que nos diferencia del resto de las fuerzas políticas.
Pero además de incentivos colectivos, la gente también participa en función de incentivos selectivos. Es decir, estímulos de carácter selectivo: por ejemplo, ocupar parcelas de poder, y está bien. El radicalismo, como todo partido político, lucha por el poder, y por lo tanto constituye también un deseo legítimo. Podríamos decir entonces que son importantes los incentivos colectivos pero también son importantes los selectivos, el deseo de ocupar espacios de poder y gestionarlos. Sin incentivos selectivos, los partidos son testimoniales. Ese es el problema de la abstención: cuando en la década del 30 el radicalismo se abstenía, el problema político que surgía era que podía llegar a convertirse en un partido testimonial. Son importantes los incentivos selectivos. Pero también son importantes los incentivos colectivos, estos que tienen que ver con los proyectos, los valores y las ideas. Sin incentivos selectivos, el partido puede ser testimonial. Y sin incentivos colectivos, puede ser un partido oportunista, es decir, un partido -y esta es una de las características de los partidos oportunistas- que corre un riesgo, un peligro, el mismo riesgo de todos los productores de mercancías en el mercado: que la competencia ofrezca el mismo producto pero mejor empaquetado.
La fórmula de la recomposición identitaria del radicalismo pasa, entonces, necesariamente por una sabia combinación de incentivos colectivos e incentivos selectivos. Y eso hoy en la Argentina parece un imperativo. Y digo que es un imperativo porque lamentablemente no estamos viviendo en una democracia plena sino que estamos viviendo lo que algunos autores denominan un “régimen democrático de alternancia imperfecta”. Es decir, en una democracia plena, no sólo hay varias fuerzas políticas con capacidad para ganar elecciones sino que hay alternancia política. Hasta hoy, desde 1983, ningún presidente radical pudo concluir su mandato. El radicalismo nunca pudo concluir el mandato presidencial desde el inicio de la transición.
Entonces, hay democracia, pero con una alternancia que no es plena, que es imperfecta. La consecuencia, y el riesgo, es que esto se encamine hacia un sistema político con un polo dominante, el peronismo. Y esto es bastante razonable teniendo en cuenta la vocación movimientista, hegemónica, que tradicionalmente ha desplegado el peronismo. Revertir esta situación implica en definitiva afrontar un doble desafío: el de reconstituir al radicalismo como el partido de la calidad institucional y si ustedes, si los radicales, son capaces de reconstituirlo están poniendo un nosotros identitario que los diferencia del populismo, porque al populismo no le interesa la calidad institucional. Partido de la calidad institucional y también de la justicia social. El radicalismo debe volver a ser el partido de la calidad de vida, pero calidad de vida de los sectores populares y de las clases medias. Y aquí, el “nosotros” que construye se diferencia claramente de la derecha. Si se reconstruye el radicalismo como partido de la calidad institucional, ponemos un dique al populismo. Si se lo reconstruye como partido de la justicia social y la calidad de vida, se pone un dique a la derecha política.
MESA DEL COMITÉ PROVINCIALMESA PROVINCIALGustavo Puccini --- PRESIDENTE
Darío Grés
José Mascheroni ----- VICEPRESIDENTES
Chino Maciel
Marisel Dadomo --- SEC. GENERAL
Aldana Iñiguez
Lisandro “Pato” Villar ----- SECRETARIOS
Esteban Castro
Julio Oliva
Florencia Faraón
Fernando Chiavon ---- SEC. ADJUNTOS
Lía Aliprandi
Danilo Armando --- PRESIDENTE CONGRESO
25 AÑOS DE VIDA
EN DEMOCRACIA