Deterioro de la calidad institucional y la convivencia democrática.
No ha existido desde 2003 diálogo del oficialismo con otros partidos políticos en virtud que considera que no tienen razón, que no vale la pena el consenso, que sus ideas no son correctas. El oficialismo niega a la oposición, porque la ve sólo como un enemigo y esto anula toda posibilidad de resolución en términos de diálogo y construcción.
La democracia supone el reconocimiento de la individualidad del pensamientodel otro como un presupuesto de la existencia del pluralismo político. Es por ello que se hace necesario moderar antagonismos, abandonar la generación de odios destructivos, dialogar, consensuar y ver al que piensa diferente como un igual.
El accionar político del partido gobernante se halla inspirado en la convicción que la naturaleza del acto político descansa sobre una relación amigo-enemigo entre los diversos actores de la vida pública. Ello supone que esa relación de amistad con las personas o el proyecto político es excluyente a la hora de la conformación de los agrupamientos políticos. Todas las otras dimensiones de proyección del ser humano quedan relegadas totalmente. El adversario se transforma en enemigo y no existe posibilidad de diálogo alguno. Ya no importa si el otro es bueno o malo, honesto o corrupto, progresista o reaccionario. Sólo interesa sumarlo como amigo, y es por ello que se justifica la inclusión en esta categoría de corruptos, asesinos o delincuentes.
La política así planteada se aleja de cualquier posibilidad de verse inspirada sobre la base de una perspectiva ética y se convierte en un campo donde todo está permitido. Esa lógica le permite a cualquier facción convivir con prácticas políticas, gremiales y empresariales, marcadamente corruptas, sin la menor duda anímica, exhibiéndose a la vez como una fuerza idealista ya que supuestamente el fin último del modelo todo lo justifica. Sin embargo, el fin no justifica los medios. Los determinan. Si el medio no se justifica a si mismo, a la larga las pruebas no llegarán y solo quedarán consolidadas las miserias de los medios.
Alejada la posibilidad de reconocer al que se confronta de otra manera que no sea como un enemigo, la necesidad de su supresión se impondrá como un imperativo a la corta o a la larga, aún contra la voluntad de sus propiciadores, si es que en verdad no estuviera entre sus intenciones últimas. Esto es realmente atroz. No ha existido desde 2003 diálogo del oficialismo con otros partidos políticos en virtud que considera que no tienen razón, que no vale la pena el consenso, que sus ideas no son correctas, que son solo útiles para el escarnio y la mofa a través de medios radiotelevisivos que pagamos entre todos.
En definitiva, para el oficialismo, tal como lo dijimos, la oposición, de hecho no existe, y si existe no debe ser tenida en cuenta porque representa al enemigo. Ante esto, corremos el serio peligro de ver que toda la sociedad civil entrará en crisis al desaparecer las fuerzas modeladoras de los opuestos en pugna y toda contradicción, por mínima que sea, se convertirá en antagónica, sin posibilidad alguna de resolución en términos de síntesis dialéctica. La puja política ya no se dirimirá en el marco del universo de las normas y las instituciones. El conflicto no será llevado a las instituciones sino que se resolverá, como sea, allí donde se presente, y en la forma que se presente y retornaremos a que el hombre sea el lobo del hombre. Las instituciones, en cuanto se hallan modeladas por el derecho, no admiten la posibilidad de resolución de las contradicciones sobre la base de la relación establecida en términos de amigo enemigo.
La democracia supone el reconocimiento de la individualidad del pensamiento del otro como un presupuesto de la existencia del pluralismo político. Diariamente infinidad de cuestiones, en los diversos ámbitos, se dirimen pacíficamente conforme a reglas que establecen los mecanismos de resolución y adquieren certeza a partir del respeto de las mismas. La vigencia de la voluntad mayoritaria expresada se consolida, se legitima, mediante la norma, configurándose el punto indisoluble y central del relacionamiento entre política y derecho.
Es por ello que se hace necesario moderar antagonismos, abandonar la generación de odios destructivos, dialogar, consensuar y ver al que piensa diferente como un igual. Es ésta la única forma en que la ética, la solidaridad y la participación podrán encontrar su ámbito y con él vendrán las soluciones para los muchos de los problemas de este país.
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